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La Gran Oportunidad

Grupo CIBES mayo 22, 2020

Julio Volenski Burgos

Cuando estamos inmersos en una crisis inédita, surgen las tendencias fatalistas y apocalípticas, nos llenamos de noticias falsas, de críticas a todo y a todos, se impone el temor, la desconfianza y la incertidumbre. Sin embargo, debemos recordar que frente a toda crisis el desafío es salir fortalecidos, y la historia demuestra que eso es posible.

La verdad es que no tengo memoria de una situación semejante a la que actualmente vivimos en Chile y el Mundo; tampoco recuerdo que mis padres o mi abuela me hayan hablado de algo parecido. Es que más allá de las consideraciones epidemiológicas, macro y microeconómicas, políticas y demográficas, todo lo que implica la pandemia por COVID-19 está trayendo consigo un tremendo cambio en nuestras vidas, desde lo cotidiano a lo laboral, desde lo familiar a lo social, pasando por nuestra forma de desplazarnos, de saludar, de vestirnos, abastecernos, visitarnos y expresar sentimientos.

En Chile se ha pasado desde un escepticismo inicial -pensar que en este lado del planeta muy poco o nada sucedería- a la visión pesimista de una hecatombe como la de Italia, mientras que a fines de abril se va instalando un peligroso triunfalismo que luego se alterna con ideas de derrota. Escucho cada vez a más personas hablar de esperanza. Me pregunto ¿esperanza de qué?, ¿para dónde iremos?, ¿será este el periodo más triste del siglo?, o bien podemos pensar -como firmemente creo- que se instala frente a nosotros una oportunidad única para replantearnos en positivo muchos de los procesos e interacciones que han llevado a la humanidad a un punto límite en lo económico, ecológico y moral.

Pensemos primero que hasta el momento se visualizan dos formas de resolución definitiva de esta pandemia. La forma natural, común a la mayoría de las enfermedades infecciosas, es adquirir la inmunidad luego de enfermar y después mejorar gracias a la acción del organismo. Esta alternativa implica una gigantesca pérdida de vidas, en especial en la población más vulnerable: quienes viven en la calle, los enfermos crónicos o inmunodeprimidos y -lo que nos llega a muchas familias- nuestros queridos viejos. Por otra parte, si hacemos un sencillo cálculo, tenemos que la población estimada de Chile es de unos 19.200.000 habitantes y que para considerar que existe una inmunidad apreciable y que señale tranquilidad frente a la enfermedad, esta inmunidad debería abarcar a dos tercios de quienes vivimos en el país, es decir, unas 12.672.000 personas deberían haber enfermado y mejorado, es decir, lo que en las estadísticas diarias del Ministerio de Salud se llaman “casos recuperados”. Ahora bien, hoy el número de personas contagiadas por día es de unos 1.500 casos en promedio de la última semana, pero sabemos que esa cifra -dada por quienes tienen examen de laboratorio confirmado- representa un 10 por ciento de los realmente contagiados, por lo que en realidad debería haber unas 15.000 personas contagiadas por día en Chile. ¿Podría esta cifra aumentar sin llegar a situaciones de mortalidad como las de Italia, España, Estados Unidos o Brasil?, la respuesta es sí, pero sin sobrepasar la capacidad de atención de casos críticos, capacidad que está marcada por varios factores propios del sistema de salud, siendo el más fácil de medir la disponibilidad de ventiladores mecánicos con el personal y la infraestructura e insumos apropiados para su uso. Considerando los ventiladores mecánicos disponibles y los que están por llegar, podríamos proyectar que no caeremos en una carencia de ellos si los casos nuevos (totales, con examen y no diagnosticados) se mantuvieran o -en un caso límite- llegaran a un máximo de 20.000 por día. Esto implicaría que se llegaría a los dos tercios de población chilena con inmunidad natural en aproximadamente 634 días, es decir, dentro del larguísimo periodo de un año y nueve meses. Todo indica que aumentará la tasa de contagios por día y los tiempos mencionados variarán.
La otra opción, obviamente más deseable, es el descubrimiento de una vacuna que nos haga inmunes. En este momento a nivel global existen decenas de iniciativas científicas serias en búsqueda de la vacuna anti SARS-CoV-2 (conocido como coronavirus), sin embargo, los ensayos clínicos pueden tardar mucho tiempo, incluso años, y nada predice que la inmunidad resultante sea duradera o que las mutaciones del virus hagan que sus efectos sean muy limitados. ¿Podemos centrar entonces toda la esperanza en una vacuna? Me encantaría, pero debemos recordar que no ha sido posible desarrollar vacunas para los causantes de todas las enfermedades infecciosas; un ejemplo reciente es el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), causante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), para el que la ciencia lleva ya 35 años trabajando en búsqueda de una vacuna, sin lograr éxito. Pero seamos optimistas: la Universidad de Oxford ha anunciado que su vacuna en fase experimental ha sido usada con éxito en macacos Rhesus, una especie de alta semejanza al ser humano. Ahora viene la inoculación en personas y, si se confirman los resultados, podría haber vacuna disponible para fines del presente año.

Otras posibilidades aún menos certeras pasan por el desarrollo de tratamientos de fortalecimiento inmunológico, de antivirales y otros que permitan mejorar las posibilidades de mejoría frente a un contagio. Estas opciones, como todo tratamiento, traen efectos colaterales y efectividad no universal.

Por ello, lo que está cada vez más claro es que tendremos que convivir con este virus durante un largo tiempo, y convivir con él significa prolongar las medidas que ya hemos tomado para no contagiarnos. Estas medidas, en cuanto a los habitantes, son de tipo higiénicas y de uso de elementos de protección, además de evitar el contacto con quienes transmiten la enfermedad, es decir, con otras personas. Esto último, mal llamado “aislamiento social” -en realidad es un aislamiento físico- es sin duda lo de mayor impacto en la vida de todos nosotros.

La necesaria distancia física y el hecho de no poder reunirnos en grupos está repercutiendo de un modo gigantesco en la economía, pues una inmensa cantidad de acciones dependen del quehacer colectivo. Pensemos en las industrias, las cadenas de distribución y de compras, la locomoción colectiva, el turismo, la gastronomía, el comercio en toda escala, los deportes. Como un impacto directo y precoz de todo lo señalado, progresivamente más y más personas están perdiendo su fuente de sustento diario, las empresas cierran, los emprendimientos familiares y personales se han detenido, los profesionales y técnicos que trabajan en forma independiente han limitado su labor al mínimo.
La verdad es que el resultado de un desastre económico como el que se vislumbra puede ser aún más grave en deterioro de la calidad de vida y en pérdida de vidas, que los que trae la pandemia en forma directa por consecuencias de la enfermedad. Pensemos en los problemas asociados al hambre, malnutrición, vivienda, salud mental, etcétera.

Reparemos también en el impacto emocional al no vernos entre familiares y amigos, no reunirnos, brindar, abrazarnos, lo que hacemos por nuestros seres queridos y también por nosotros mismos. Sumemos el temor a un contagio, a contagiar a otros, a ser discriminados, separados del núcleo familiar y además la incertidumbre en cuanto a lo que viene, al tiempo que durará este período tan anormal y a las consecuencias finales que éste tendrá en nuestras vidas y en la humanidad entera.

Entonces, ¿qué tenemos?: posiblemente una de las crisis más intensas y de mayor magnitud que se ha vivido en los últimos cien años, comparable o superando lo sucedido en las caídas económicas de 1929 y 1982 o en las guerras mundiales del siglo pasado. Vivimos un periodo que marcará nuestra historia y a una generación. Frente a ello tenemos la opción de dejarnos llevar por el desánimo, el pesimismo y la fatalidad; o bien sacar lo mejor de cada uno de sí mismos al darnos cuenta de que está frente a nosotros la gran oportunidad de dejar una huella, de reducir el impacto de la crisis en quienes nos rodean y hasta donde nuestras posibilidades alcancen, de contagiar a los demás con energía positiva y creadora, haciendo patente el valor de la solidaridad y de las buenas prácticas humanas.

Más que nunca se ha demostrado que los problemas universales requieren soluciones y acciones a tomar entre todos, que la retórica y las divisiones políticas no conducen a nada, que puedo desarrollar formas de trabajo que ampliarán mis horizontes laborales, que la salud es un derecho universal y que, si un sistema sanitario no garantiza los derechos de todos, se volverá también en contra de quienes tienen un acceso privilegiado. Sin hacer nada se evidencia que es posible revertir el daño ecológico y que el planeta también agradece la menor contaminación.

Sin duda vamos a salir de esta crisis y el modo como ella termine dependerá de las decisiones de los expertos, del trabajo de científicos y también de nuestra propia actitud. Viene a mi mente el impactante cuadro “La Balsa de la Medusa”, de Théodore Gericault (1818). En un mar turbulento y sin el control de lo que nos rodea, de nosotros depende terminar en el piso, adoptar una actitud de desesperanza, desconfianza o resignación; o bien ser el motor del optimismo y del sacar lo mejor de cada uno hasta lograr la meta. Quienes sobrevivieron a este naufragio lo hicieron gracias a sus propias actitudes y a que hubo líderes incansables, que no se dejaron llevar por el desánimo y en los que primó su actitud y convicción por el logro.

Julio Volenski Burgos
Médico Psiquiatra Infanto-Juvenil
Magíster en Educación Superior
Director Instituto Teletón Iquique

Fuente: https://historia-arte.com/obras/la-balsa-de-la-medusa-de-gericault

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